Reseña de «Padre Mugica. ¿Quién mató al primer cura villero?», de Ceferino Reato

PADRE MUGICA. ¿Quién mató al primer cura villero? Los usos políticos de un asesinato que conmovió a la Argentina
Ceferino Reato
Planeta, 2024

Reseña de Rosendo Fraga

A veces es difícil delimitar la frontera entre la historia y el periodismo de investigación.

Puede suponerse que el tiempo puede ser una frontera. Se tiende a considerar historia lo que ha dejado de ser contemporáneo y ya es percibido como parte del pasado. En cambio, lo que ha sucedido cerca en el tiempo, que sigue teniendo el efecto de la noticia que fue en su momento, entra en el campo del periodismo de investigación.

Los libros de Ceferino Reato suelen situarse en ambos campos. En el de la historia, porque se centran por lo general en hechos transcurridos décadas atrás. Pero las situaciones vividas por la Argentina han dado proyección de presente a hechos ocurridos hace más de medio siglo, los que normalmente deberían ser considerados historia. Es que el proceso de los años de la violencia en los setenta en nuestro país es un tema que aún hoy divide posiciones políticas, y que lleva a que lo que debiera ser percibido como historia, lo sea como debate y conflicto político del presente.

El replanteo narrativo del pasado que ha emprendido la Administración de Javier Milei lo pone de manifiesto. Tanto el 24 de marzo, aniversario del último golpe militar, como el 2 de abril, cuando se conmemoraron los 42 años del inicio de la guerra de Malvinas, tuvieron un eco del pasado que se proyectó claramente al presente, generando posiciones y actitudes antagónicas. 

“Padre Mugica. ¿Quién mató al primer cura villero? Los usos políticos de un asesinato que conmovió a la Argentina” es el nuevo libro de Reato, en el que el autor combina nuevamente la historia con el periodismo de investigación, y lo hace con su característica maestría. 

En este caso, la faz histórica se centra en la primera parte del libro, donde explica la vida de un personaje político singular de la Argentina, como fue el padre Carlos Mugica, que tiene una particular actuación pública entre los años sesenta y la primera mitad de los setenta.

El libro permite comprender que se trata de una figura que, más allá de su significado político y social, personificó la irrupción del sacerdote en la vida política argentina, desbordando por momentos a la jerarquía eclesiástica. Le tocó vivir un momento de crisis importante, que si bien se enmarcaba en un fenómeno global, caracterizado entonces por la Revolución Cubana y el Mayo Francés del 68, se articulaba en el ámbito local con el fenómeno particular del peronismo.

Pero a ello se agrega que Mugica sumaba una característica llamativa, que era ser un sacerdote nacido en una familia de clase alta argentina, que asume un compromiso con la causa popular que representaba el peronismo en esos años, y que para muchos jóvenes interactuaba con Fidel Castro y el Che Guevara.

Reato hace de él un retrato vívido y apasionante. Se trata de un hombre con una personalidad magnética en cuanto a la atracción que generaba su capacidad precursora en el uso de los medios de comunicación, y en particular la televisión. En la visión del autor, era un hombre que lograba combinar su faz mundana en distintos campos, sin romper con lo religioso.

El año 1963 marcó para Mugica un antes y un después. Un domingo de julio de ese año asume una definición política: en la Iglesia del Socorro, donde decía la última misa vespertina, en el sermón dijo que ese día muchos argentinos no habían podido votar. Era el día que fue electo Arturo Umberto Illia. Eran las primeras manifestaciones que en él había generado la tarea de asistencia social que realizaba en la Villa 31 de Retiro, desde una capilla del Colegio Mallinckrodt.

En ese momento la proscripción del peronismo era aceptada y aprovechada por el resto del espectro político argentino. Sorprendía que un hombre cuyo padre había sido un destacado dirigente conservador en los años treinta y que ocupó el Ministerio de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Frondizi en 1960, asumiera ese tipo de actitudes políticas.

En una parroquia que reflejaba el pensamiento de los sectores sociales más antiperonistas, en la cual vivía la familia de Mugica, el tema bordeó el escándalo. De ahí en más, en los años siguientes Mugica realizó una meteórica carrera política. Por un lado logra una entrevista con Perón en 1968, junto con su amiga Lucía Cullen. Cuatro años más tarde acompaña al líder peronista en su regreso a la Argentina. Es tal la popularidad de Mugica, que el mismo Perón le otorga entonces un rol y un espacio especial en su entorno político.

Pero al mismo tiempo Mugica vive la vinculación con la violencia política, que penetra su entorno. Hijos de las clases medias y altas antiperonistas se vuelcan al movimiento popular, en una mezcla de complejo de culpa y exaltación revolucionaria. Los principales líderes montoneros son sus discípulos, incluído Mario Firmenich en el Colegio Nacional Buenos Aires, del cual Mugica fue capellán. 

Es una figura clave en el efímero, pero significativo, Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, que llegó a integrar más de quinientos padres, y que tuvo especial gravitación entre finales de los sesenta y principios de los setenta.

Como describe bien Reato, Mugica nunca participó orgánicamente de los grupos insurgentes, que se asumieron como tales en la faz pública con el secuestro y asesinato del general Pedro E. Aramburu. 

Peronismo y sacerdocio son dos notas características y centrales en la vida de Mugica, de la cual el libro trae múltiples testimonios, argumentando que siempre fue fiel a ambos. En la ruptura entre Perón y Montoneros, Mugica se define públicamente a favor del primero. 

Su asesinato tiene lugar el 11 de mayo de 1974, cincuenta días antes de la muerte de Perón. Esta fecha histórica da paso a la faz de investigación periodística del libro: si Mugica fue ultimado por los Montoneros debido a su lealtad a Perón, que ya lo habían enfrentado públicamente, o si lo fue por la Triple A que respondía a José López Rega, por razones políticas e ideológicas antagónicas. Es decir, si su asesinato fue perpetrado por la izquierda o la derecha del peronismo del momento. Se trata de un tema que, como dice Reato, no tiene una resolución definitiva.

A medio siglo de los hechos, el libro pasa de la historia política a un minucioso análisis judicial. Hay una primera línea de investigación, seguida por los diferentes magistrados que tuvieron la causa en la década siguiente a los hechos, en los que predominó la impresión de que la autoría era de Montoneros. Pero en las dos décadas siguientes, coincidiendo con el retorno de la democracia, la causa se fue moviendo en otra dirección, hasta que en 2006 la cierra el polémico juez Norberto Oyarbide, quien concluye que la autoría fue de la Triple A. Testigos falsos, testimonios mendaces y contradicciones van dejando una situación poco clara, que el último juez, sin demasiados fundamentos, articula para concluir la autoría mencionada, y absolver a Montoneros.

El autor tiene la hipótesis de que el contexto político pudo haber influido en la decisión de Oyarbide, para adecuarse a la interpretación que tenían de los hechos las organizaciones de Derechos Humanos y el kirchnerismo. No es una conclusión definitiva, pero se genera una cierta presunción. Personajes centrales de aquella trama, como los líderes montoneros Mario Firmenich, que todavía vive, y Roberto Cirilo Perdía, que acaba de fallecer, pudieron haber aportado luz sobre los hechos, pero situaciones e intereses hacen que por eso todavía no sean historia.

En definitiva, se trata de un libro apasionante sobre un capítulo y un protagonista central, que vivió intensamente la política violenta de los años setenta del siglo pasado, cuyos ecos llegan todavía hoy al presente. Como en Operación Traviata y Masacre en el Comedor, dos de sus libros, Reato, sin perder objetividad, logra quebrar interpretaciones generalizadas respecto a quiénes fueron los verdaderos autores de hechos clave de la violencia de los años setenta.

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