La agenda del encuentro Biden-Lula es también la de la región

Por Rosendo Fraga.

La agenda del encuentro Lula-Biden es en realidad común a la de Washington con la región. El tema del medio ambiente fue central. Es la prioridad global, aunque el mundo ha podido generar pocas acciones prácticas en la materia y además las urgencias, como la pandemia y la guerra de Ucrania, las postergan. En el caso de Brasil, la gestión del ex presidente Jair Bolsonaro se caracterizó por reducir la prioridad del tema en la política del gobierno brasileño. Cabe señalar que el sector de los agronegocios integró la coalición de gobierno de Bolsonaro y busca avanzar en la deforestación para incluir más tierras productivas. La protección de las minorías indígenas es considerada una acción concurrente al cuidado del medio ambiente y ellas se debilitaron durante la anterior gestión de gobierno. La preocupación por la reducción de la selva amazónica -que se extiende a otros países de América del Sur como Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia- es un objetivo global y hay quienes consideran prioritario este tema para el mundo. No fue difícil para los presidentes de Estados Unidos y Brasil encontrar coincidencias en la cuestión. Además, la posición de Bolsonaro es común a la que sostiene Donald Trump y la mayoría del partido republicano. Pero para Lula hubo una decepción. Ante el pedido que presentó para que Estados Unidos contribuya al esfuerzo económico articulado por países europeos para financiar la protección del Amazonas, la respuesta fue decepcionante: sólo obtuvo 9 millones de dólares. 

La defensa de la democracia fue otro punto de fácil coincidencia entre Lula y Biden. La toma del Congreso estadounidense por los partidarios de Trump el 6 de enero de 2021 muestra semejanzas y coincidencias con la de los tres poderes del estado (Corte, Congreso y palacio presidencial), que tuvo lugar en Brasilia el 8 de enero de 2023, casi el mismo día que lo sucedido dos años atrás. Los dos presidentes perciben a la derecha extrema no sólo como una amenaza electoral, sino también como un riesgo institucional. Es discutible si ambos hechos buscaron generar un golpe o un caos institucional, pero es claro que fueron disrupciones en la historia política de los dos países. En Estados Unidos no se descarta que la elección presidencial que tendrá lugar en noviembre de 2024 encuentre nuevamente a Biden y Trump como sus protagonistas centrales. La situación de inestabilidad que se percibe en América Latina es creciente. El autogolpe del presidente peruano Pedro Castillo, que derivó en su destitución, tras la cual hubo disturbios que provocaron 60 muertos, encontró a Washington y Brasilia en la misma posición: respetar los mecanismos constitucionales, es decir, el gobierno que emergió desde el Parlamento, de acuerdo a las reglas de la constitución. Pero en Ecuador, y en Colombia y Chile en menor medida, se registran tensiones que complican la gobernabilidad. En América Central, Nicaragua es un caso crítico por el avance del autoritarismo dictatorial, mientras que en El Salvador se está consolidando un modelo autoritario de derecha. Haití se dispara a un caos político y social sin precedentes, sin que Washington ni Brasilia logren articular una acción para contener los daños. Pero frente a los casos de Venezuela, Cuba y Nicaragua hay divergencias. Washington endurece las sanciones y Brasilia prefiere mantener el diálogo abierto. 

Pero Lula incluyó un tema no planteado por Biden: la desigualdad social y la discriminación racial. No se encontraba en la agenda central de Biden para el encuentro. Atenuar la desigualdad social es un claro objetivo de ambas administraciones, pero en sus primeros dos años de gobierno Biden no ha logrado avances significativos, pese a sus propósitos y promesas electorales. La suba de impuestos a los ricos es una política explícita, pero que se ha demorado. Por su parte Lula acaba de asumir, planteando reducir la autonomía del Banco Central para permitir políticas más distributivas, pero no tiene margen económico para repetir su distribución exitosa en la primera década del siglo, en un momento de precios altos de las materias primas que exportaba la región y de crecimiento global hasta la crisis financiera de 2008. La discriminación racial es un punto relevante en la agenda de Lula. Brasil tiene menos políticas activas contra ella que Estados Unidos, pero el país latinoamericano es en realidad una mezcla racial, donde el 40% de la población tiene sangre africana en distinto grado. En cambio Estados Unidos tiene una segregación mucho más marcada, con una minoría afro de sólo el 13% con baja mezcla con la población blanca. La intensidad del conflicto es mucho más fuerte y violenta en Estados Unidos que en Brasil, como lo muestran los hechos de violencia producidos entre la población y la policía. Las coincidencias en este tema no pudieron ser más que formales. Los reclamos de Lula contra el sistema financiero internacional y el endeudamiento del mundo emergente no tuvieron respuesta concreta.

El punto prioritario en la agenda de Biden e inexistente en la de Lula fue la guerra de Ucrania. Para Estados Unidos, el conflicto entre este país y Rusia es el punto prioritario de su agenda internacional en el corto y mediano plazo, como China lo es en el largo. Washington considera a la primera como amenaza y a la segunda como desafío. Biden buscó sin éxito algún tipo de cooperación de Brasil con el esfuerzo de la OTAN en apoyo a Ucrania. En enero la generala Laura Richardson, titular del Comando Sur de Estados Unidos, exhortó a los países de la región a donar su material militar de origen ruso -que en realidad es muy limitado- a Ucrania, para ser sustituidos en el futuro por otro de origen estadounidense. Ninguno de los 33 países de América Latina y el Caribe dieron una respuesta, y sólo el presidente colombiano presentó argumentos para el rechazo. El mismo mes, el jefe del Gobierno alemán, Olaf Scholtz, visitó Chile, Argentina y Brasil, solicitando al primer país la donación de tanques Leopard I, al segundo la entrega de helicópteros de origen ruso y al tercero el suministro de munición de tanques. Los tres países respondieron negativamente. La región es el área del mundo más homogénea frente a la guerra de Ucrania. Todos los países rechazan la invasión, pero al mismo tiempo ninguno se suma a las sanciones económicas impuestas por los países de la Unión Europea, la OTAN y sus aliados a Rusia. Es una posición análoga a la de Asia y África, pero en estos continentes hay casos aislados de apoyo al esfuerzo de la OTAN. La respuesta de Lula fue clara: se ofreció a asumir el rol de mediador en el conflicto, pero no a participar del mismo.

En conclusión: el medio ambiente fue uno de los cuatro puntos centrales del encuentro entre Biden y Lula, que registró coincidencias importantes en lo conceptual, pero pocos avances en el ámbito concreto; la defensa de la democracia fue un tema de coincidencia: ambos perciben a la derecha extrema como amenaza y sólo en el enfoque respecto a las dictaduras latinoamericanas se registra una diferencia; la desigualdad y la discriminación fue otra coincidencia conceptual, pero de diferentes enfoques y poca coincidencia en materia de políticas activas: ambos países tienen estructuras sociales muy diferentes; por último, Ucrania fue un tema sin coincidencias y con posiciones muy nítidas: Biden lidera el apoyo militar a Kiev y Brasil asume una postura de condena a la invasión, pero no se suma a las sanciones económicas.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s