Por Rosendo Fraga.
El 29 de noviembre se reunieron en Bucarest, la capital de Rumania, los cancilleres de la OTAN, en el mismo lugar donde hace 14 años aceptaron el pedido de Ucrania y Georgia para incorporarse a la organización. El entonces Presidente estadounidense, George W. Bush, convenció de apoyar esta decisión a los miembros de la Alianza, pese a las críticas, objeciones y advertencias de Rusia. El comunicado entonces decía: “La OTAN aplaude las aspiraciones euro-atlánticas de Ucrania y Georgia para incorporarse a la Alianza. Acordamos hoy que dichos países serán miembros de la OTAN”. Putin asistió a esa reunión en 2008 y calificó la decisión como una “amenaza directa” contra la seguridad de Rusia. Cuatro meses después, las fuerzas rusas invadieron Georgia. Hay quienes piensan que esa decisión de hace 14 años fue un error que dejó a Rusia sintiéndose acorralada. Ahora, la alianza atlántica ratificará el compromiso de apoyar a Ucrania en el largo plazo contra los ataques aéreos, de misiles terrestres rusos, muchos de los cuales han dañado las plantas eléctricas y diversa infraestructura civil ucraniana.
La idea de una guerra de la OTAN con Rusia a través de Ucrania es asumida como tal, pese a las dudas de algunos países europeos, que puertas adentro expresan su preocupación. A nueve meses de iniciado el conflicto, está claro que Putin podrá ganar o perder, pero que siempre redoblará la apuesta. Frente al éxito de la ofensiva ucraniana en el Donbass de semanas atrás, la respuesta fue contundente: los ataques contra la infraestructura ucraniana cuando se aproxima el invierno. La misma capital del país, Kiev -como otras ciudades del país-, ha visto afectados sus servicios de electricidad y agua en momentos en que las temperaturas ya están bajo cero. Por ahora no parece que Rusia vaya a abandonar esta estrategia que le ha permitido retomar la iniciativa. La respuesta ucraniana fue solicitar armas antiaéreas de mayor alcance y precisión y mayor frecuencia en los envíos de munición a la OTAN. Pero más allá de la voluntad occidental de mantener el compromiso con Ucrania, los arsenales estadounidenses y europeos comienzan a sentir los efectos de un conflicto prolongado de características convencionales. Es que los planes de la OTAN estaban centrados en un conflicto como el que terminó el año pasado en Afganistán o, en el mejor de los casos, campañas como la de Irak.
Respecto a China, tras la distensión que implicó el encuentro de Biden y Xi en la Cumbre del G20 en Bali, el 27 de noviembre el canciller chino volvió a expresar la solidaridad con Rusia en el largo plazo. Lo hizo al recibir al nuevo embajador de Putin en Beijing, afirmando que la relación estratégica entre ambas potencias no se verá alterada. China enfrenta dificultades económicas y las drásticas medidas adoptadas para impedir la difusión del Covid, han generado protestas en las grandes ciudades, que algunos consideran están llegando al nivel de las que protagonizaron estudiantes en 1989. Xi no cederá y no dudará en intensificar la represión para contenerlas y anularlas, y probablemente tendrá éxito. Pero en el corto plazo es probable que la situación político-económica interna lo lleve a dejar en segundo plano el conflicto de Taiwán. Además, las recientes elecciones locales realizadas el 26 de noviembre en la isla han significado la derrota de la Presidenta Tsai Ing-Wen, que está promediando su segundo mandato, el que finaliza en 2024. Ella lidera el partido demócrata progresista que se inclina por declarar la independencia respecto a China, lo que ésta rechaza en forma terminante. La derrota llevó a la Presidenta a renunciar a la jefatura de su partido. La victoria fue del Kuomintang, el partido nacionalista tradicional, que se opone a declarar la independencia. La escalada militar en torno a la isla se hace menos probable con estos dos hechos.
Al mismo tiempo, crece la tensión por la intensificación de los lanzamientos de misiles por parte de Corea del Norte. Noviembre ha marcado un récord en este tipo de lanzamientos. Tanto Japón como Corea del Sur se sienten amenazados por la actitud del Presidente norcoreano, Kim Jong-Un, quien lleva adelante un récord en cuanto a sus lanzamientos de misiles. Ha mostrado el uso de misiles balísticos intercontinentales que podrían llegar hasta los Estados Unidos. Dice tener la capacidad de combinarlos con ojivas nucleares, sobre lo cual hay dudas en los servicios de inteligencia occidentales, pero que no puede descartarse. Proclama su alianza estratégica y militar con China y estaría proveyendo determinados armamentos a Rusia. Xi tiene la última palabra respecto a las decisiones estratégicas norcoreanas, pero existen dudas sobre el equilibrio del dictador norcoreano, que ha sucedido a su abuelo y su padre en el cargo, y que en la última semana de noviembre asistió al lanzamiento de un misil intercontinental acompañado de su hija de 10 años, a quien algunos ya ven como su sucesora.
Irán es el cuarto vértice de este cuadrilátero que hoy amenaza la seguridad de la OTAN y sus aliados. Las negociaciones del G6 (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania) con el régimen iraní para retornar al control internacional del acuerdo firmado en 2015 -del cual Trump sacó a los Estados Unidos- no han tenido resultado. Lo cierto es que desde 2017 Irán ha hecho avances significativos que lo acercan a tener el armamento nuclear. Los servicios de inteligencia occidentales discrepan respecto al tiempo que necesitaría Irán para completar el enriquecimiento de uranio requerido para una bomba atómica. Este país ha proporcionado a Rusia drones de bajo costo, que en los últimos dos meses han resultado eficaces para las fuerzas de Putin. Técnicos de las fuerzas iraníes desplegados en Crimea colaboraron en el entrenamiento para que los rusos puedan utilizar sus drones. Pero los disturbios originados por la muerte de una joven en manos de la policía religiosa iraní, generaron fuertes protestas que en más de dos meses han provocado más de 400 muertos por la represión. Estados Unidos y sus aliados ven en esta situación la posibilidad de una crisis que derive en una caída del régimen teocrático que tomó el poder en 1979.
En conclusión: la cumbre de cancilleres de la OTAN que se realiza en Bucarest -el mismo lugar donde hace 14 años se aceptó el pedido de incorporación de Georgia y Ucrania-, ratifica el compromiso con Kiev; Rusia redobla su apuesta tras las derrotas en el Donbass, intensificando los ataques contra la infraestructura eléctrica ucraniana cuando se acerca el invierno y las temperaturas ya están bajo cero; el canciller chino ha ratificado la alianza estratégica con Rusia, cuando las protestas por los confinamientos por el Covid y la derrota electoral de la Presidenta de Taiwán reducen el riesgo de conflicto en torno a la isla; noviembre marcó un récord en el lanzamiento de misiles por parte de Corea del Norte, un aliado de Beijing y proveedor de armamentos de Rusia, aumentando la tensión con Japón y Corea del Sur; por último, Irán avanza en su política para obtener el arma nuclear, mientras que Estados Unidos y sus aliados creen que las protestas internas podrían producir un cambio de régimen.