Por Rosendo Fraga.
En comparación con la Segunda Guerra Mundial, la dirigencia que conduce la OTAN en su momento más difícil desde 1945, carece del conocimiento de la historia y la experiencia bélica de sus predecesores. El Presidente estadounidense Joe Biden no ha escrito sobre historia y ésta no ha sido un área o disciplina de su interés particular. Por razones cronológicas no ha tenido experiencia militar, aunque sí fue contemporáneo de la guerra de Vietnam. Boris Johnson ha citado con frecuencia a Churchill, pero no tiene trabajos o artículos de historia referentes a él. Tampoco los tiene el Presidente francés Emmanuel Macron, pero él parece tener una concepción sobre el “sentido de la historia”. Cuando a los pocos meses de asumir su primer periodo un periodista que le realizaba un reportaje para el diario alemán Der Spiegel le preguntó “¿Qué se siente vivir en el Elíseo?”, Macron respondió: “Cuando uno piensa que acá vivió Napoleón I, Napoleón III y De Gaulle, uno siente que es un eslabón en la historia de Francia”. Frente a ello, los críticos del Presidente francés suelen recordar que hace dos años, en la Cumbre Anual de Jefes de Estado y Gobierno de la OTAN, erróneamente diagnosticó “la muerte cerebral” de la alianza atlántica.
Las afirmaciones de Kissinger en Davos fueron contra lo “políticamente correcto” en Occidente en 2022, respecto a la guerra de Ucrania. Han sido pocas las voces que han logrado hacerse escuchar en el ámbito académico e intelectual, alertando sobre los riesgos que enfrenta el mundo en este momento. No parece haber aptitud para debates y discusiones sobre el tema. La opinión intelectual parece dominada por la toma de posición que arrastra a las sociedades en guerra. En particular, la diplomacia se ha militarizado. Un político muy capaz, como el socialista Josep Borrell, a cargo de las relaciones exteriores de la Unión Europea, ha dicho que “ahora lo importante son los sistemas de armas en el campo de batalla”. La diplomacia de los países de la OTAN ha estado más centrada en argumentar por qué no se puede negociar, que en buscar alternativas para hacerlo. Un solo país de la OTAN se ha empeñado y ha obtenido logros en este campo. Se trata de Turquía, el único país musulmán de los 30 que integran la alianza militar y que geopolíticamente pertenece tanto a Europa como a Asia. El Presidente Erdogan mantiene diálogo directo tanto con Putin como con Zelensky, ha logrado la reapertura del tráfico marítimo de los cereales que produce Ucrania, y trabaja activamente por un encuentro entre Putin y Zelensky, sin por ello dejar de seguir vendiendo drones al gobierno ucraniano.
El Presidente de Turquía, Recep Erdogan, más allá de su autoritarismo, se mueve en función de un “sentido de la historia”. Parte de la confrontación del Imperio Turco con Europa desde el siglo XV, tiene un giro en la Guerra de Crimea con la alianza de Turquía con el eje anglofrancés contra Rusia, reconoce el error estratégico de haberse sumado a los imperios centrales en la Primera Guerra Mundial y el acierto de la neutralidad en la Segunda, que permitió la particular situación de la que se beneficia en la tercera década del siglo XXI. Pero sus logros no han sido valorados en Occidente y voceros del gobierno estadounidense han acusado a Turquía de contribuir a que Rusia eluda las sanciones económicas dispuestas por la OTAN y la Unión Europea. Ha aprovechado su situación para ganar posiciones en varios de los conflictos que le interesan particularmente. Apoyó el avance de Azerbaiyán -un país de origen turco que es su aliado- frente a Armenia -uno de los cinco aliados militares de Rusia en el marco de la OTS-, sin que Rusia reaccione como en el pasado reciente (2021). También avanzó en Siria contra las milicias kurdas que están en su frontera, a la que considera aliadas de la insurgencia de esta etnia en territorio turco. En el seno de la OTAN, se ha opuesto a la incorporación de Suecia y Finlandia, evitando que la alianza militar occidental obtenga un éxito de primer orden, al extender más de 1.000 kilómetros su frontera con Rusia.
Si bien el rol estratégico de Turquía en el conflicto de Rusia con Ucrania es particular, pone en evidencia el mayor grado de autonomía que tienen las “potencias intermedias” en este nuevo escenario. Puede decirse que éste ha generado tres posiciones diferentes. Por un lado, los 30 países de la OTAN, más sus aliados en el Indopacífico y algunos otros que totalizan 46 naciones, que apoyan el accionar militar de Ucrania. Por otro, los aliados de Rusia, representados por el Grupo de Shanghai, así como los países que participan en el ejercicio Voks que se realizará en la primera semana de septiembre en los territorios de Siberia, como es el caso de China. En tercer lugar, se encuentra una serie de países que han condenado la invasión a Ucrania, pero que no se han sumado a las sanciones económicas a Rusia impuestas por la OTAN y la UE. Este es el caso en África de Egipto en la región sahariana, de Nigeria en la subsahariana y de Sudáfrica en el extremo sur del continente. En el mundo árabe, las monarquías del Golfo encabezadas por Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos también han eludido sumarse a las sanciones económicas. En el sudeste de Asia, Indonesia, Vietnam y Tailandia han hecho lo mismo, sin por eso romper los vínculos militares con Occidente. En América Latina, México, Brasil y Argentina han mantenido una posición similar.
En conclusión: la conducción de la OTAN en el conflicto con Rusia mediante Ucrania, carece de la experiencia y el conocimiento militar que tuvieron sus antecesores en la Segunda Guerra Mundial; con poca experiencia militar pero gran conocimiento de las relaciones internacionales, Kissinger ha expuesto una postura “políticamente incorrecta”, criticando a la conducción mencionada; prácticamente no ha habido intentos decididos de Occidente por buscar una solución diplomática al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, sólo Turquía lo ha hecho con algún éxito (exportación de cereales); por último, aunque se trata de un caso particular, pone de manifiesto la mayor autonomía que este conflicto ha dado a las potencias regionales intermedias en Asia, África y América Latina.