Por Rosendo Fraga.
El riesgo de que la guerra en Ucrania escale al ámbito nuclear no ha desaparecido. El director de la Organización Internacional de Energía Nuclear (OIEA), Rafael Grossi, así lo ha puesto de manifiesto al visitar dicho país para analizar el refuerzo de la seguridad de las instalaciones del país donde se encuentra la central más grande de Europa. Las fuerzas rusas han tomado centrales y atacado zonas periféricas a ellas. A su vez, el ex Presidente ruso Dimitri Medvedev, actual Vicepresidente del Consejo de Seguridad de su país, reiteró públicamente la doctrina respecto al empleo del poderío nuclear: se lo va a utilizar si Rusia es atacada con proyectiles nucleares, si se ataca a su infraestructura nuclear, si se neutralizan los sistemas para utilizarla o si está en riesgo la “existencia” del Estado ruso. Esta última es la hipótesis más peligrosa, dado que dicho término depende de una apreciación y no están delimitadas las situaciones concretas en las que podría tener lugar. Para la OTAN, evitar el riesgo de escalada nuclear es la prioridad número uno. Ello la lleva a no satisfacer los pedidos del Presidente Zelensky en materia de declarar la zona de exclusión aérea sobre Ucrania, entregar aviones de caza e incluso los MIG que Polonia puso a disposición. Las armas nucleares tácticas -con mayor precisión y menor expansión del estallido que en el pasado- que posee Rusia, aumentan y no disminuyen el riesgo de su uso. Putin puede ganar o perder la guerra -nada está más sujeto al azar y las circunstancias que los conflictos militares-, pero lo que es seguro es que redoblará la apuesta. El responsable de Relaciones Exteriores de la Unión Europea, el español Josep Borrell, dijo: “puede ser peligroso arrinconar al líder de una potencia nuclear”.
Mientras tanto, la posibilidad de una negociación se mantiene abierta y registra lentos avances, como en el caso de la reunión realizada en Turquía el 29 de marzo. El Presidente Zelensky ha expresado públicamente que su país está dispuesto a suspender su pedido de incorporación a la OTAN y a aceptar la neutralidad del país. También el compromiso de que en el país no se instalen misiles nucleares ni bases militares de terceros países. Estas son las demandas centrales que realiza Putin para justificar la invasión. Por su parte, el gobierno ruso en las negociaciones ha propuesto que el modelo de neutralidad de Ucrania sea el de Austria o Suecia. Estos dos países no son miembros de la OTAN, pero sí lo son de la Unión Europea. Es una alternativa razonable para la voluntad ucraniana de ser parte de Europa. Zelensky también plantea la necesidad de determinar un grupo de países “garantes” del cumplimiento de este acuerdo. Pero ha advertido que no debe ser como el “Tratado de Budapest”, que garantizaba su integridad territorial a Ucrania mientras entregara su arsenal nuclear. Los garantes de dicho acuerdo -que fueron Estados Unidos, Rusia y el Reino Unido- no impidieron en 2014 la ocupación de Crimea por las fuerzas rusas ni la secesión en el Donbass. Turquía, que pese a ser miembro de la OTAN no se ha sumado a las sanciones económicas contra Rusia, ha logrado ser el país que más ha avanzado en el rol de mediador. Israel también juega un rol eficaz en este campo. Su buena relación con Putin y con Zelensky -el único Presidente judío fuera de Israel- le dan esta posibilidad. Quizás pueda jugar este rol porque ambos países son aliados militares de Occidente, pero no pertenecen al mismo y han preservado su margen de autonomía. Estados Unidos y sus aliados se muestran escépticos y descreídos respecto a los avances de las negociaciones.
Una próxima batalla diplomática se librará entre Occidente y Rusia en el seno del G20, donde los países del G7 pedirán su expulsión. El grupo está integrado por diecinueve países y la Unión Europea en su conjunto. Convergen en él las siete economías más desarrolladas con sistema político democrático-liberal (Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Canadá e Italia), que actúan como bloque, condenan la invasión y aplican las sanciones económicas contra Rusia. También integran el G20 los cinco países del grupo BRICS, que reúne a las potencias emergentes: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Esta última presentó en la Asamblea de las Naciones Unidas una propuesta alternativa a la condena a Rusia, eludiendo mencionar a este país. China e India no han condenado la invasión ni se han sumado a las sanciones económicas. Brasil no votó en la OEA la condena a Rusia por la invasión. Pueden anticiparse siete votos por la exclusión y cinco contra ella. En los países restantes -los de magnitud intermedia- se articula el grupo MITKA, integrado por México, Indonesia, Turquía, Corea del Sur y Australia. Los dos últimos votarán con el G7 y los otros tres, probablemente, con los BRICS. Arabia Saudita y Argentina posiblemente estén más cerca de la posición contraria a la exclusión y la Unión Europea votará como el G7. Pero el G20 no tiene previsto ningún mecanismo de expulsión de un miembro y menos las causas por las cuales ella tendría lugar, y en ese contexto, no será fácil la resolución del problema.
Transcurrido el primer mes de la guerra iniciada el 24 de febrero, predomina la impresión en el mundo occidental de que Rusia ha enfrentado más problemas y Ucrania mostró más resolución de la que se esperaba. Ello es cierto, pero el tiempo juega en forma ambivalente. Su transcurso desgasta a Rusia, que combate frente a un país menor en capacidad militar. A su vez, Ucrania se fortalece en su imagen por su capacidad de resistencia, pero las víctimas civiles -que Rusia no tiene- y la devastación de su infraestructura, se están transformando en un costo intolerable. Entre la OTAN y Ucrania empieza a evidenciarse una divergencia. Zelensky ha logrado mantener abierta la negociación con Putin, mientras que el Presidente Biden, que lo ha llamado “criminal y carnicero”, dice que lo quiere “ver de rodillas”. El Presidente ucraniano busca salvar la “existencia” de su país; el estadounidense pretende derrotar al Presidente ruso. Rusia sufre el impacto de las sanciones económicas. Pero éstas también comienzan a dañar a los países occidentales, como sucede con el precio de la energía. Washington y Bruselas han logrado convertir a Putin en un “paria” internacional, pero sólo en el ámbito de Occidente. China, India, Pakistán, Vietnam y otros países de Asia siguen evitando condenar la invasión y sumarse a las sanciones económicas. Es cierto que 140 países de las Naciones Unidas han condenado a Rusia por invadir Ucrania, pero sólo un tercio de estos ha aplicado las sanciones económicas.
En conclusión: el riesgo de escalada nuclear en la guerra en Ucrania sigue abierto y Rusia no ha renunciado a tener la iniciativa en este campo; las negociaciones entre Moscú y Kiev avanzan, con Turquía en un eficaz rol mediador, frente al escepticismo de Washington y Bruselas; la expulsión de Rusia del G20 mostrará la posición frente al conflicto de los integrantes de este grupo, que concentra la mayoría del comercio y el PBI mundial; por último, a medida que avanzan las negociaciones, se evidencian diferencias entre la OTAN, que busca derrotar a Putin como prioridad, y Ucrania, que quiere salvar su existencia como país.