Por Rosendo Fraga.
En el balance político de 2021, la elección legislativa que tuvo lugar en Argentina el 14 de noviembre, es la cuarta consecutiva de este tipo que pierde el peronismo en la provincia de Buenos Aires desde 2009. La mitad de estas derrotas han coincidido también con las del ámbito nacional. Como el peronismo ganó dos de las tres últimas presidenciales que han tenido lugar antes de estas legislativas, es claro que no puede tomarse este tipo de elección como anticipo de la próxima presidencial, como pasó entre 1983 y 2009. Pero cuatro derrotas consecutivas en la elección de medio mandato permiten plantear la pregunta de si el peronismo sigue siendo la fuerza dominante en la política argentina, como fue a partir de su primer triunfo electoral en 1946. Estas derrotas registran también una presidencial, que es la de 2015. Planteado en estos términos, pareciera ser que hoy el peronismo en la Argentina es sólo uno de dos ejes, pero que ha perdido su situación dominante. Pero si en 2023 ganase nuevamente el peronismo, tendríamos una situación política no sólo dominante, sino que habría que reconocerle la condición de hegemónica. Es que en este caso, entre 2001 y 2027, el peronismo habrá gobernado 23 años del período.
En la misma perspectiva, el peronismo habría ganado cinco de las seis elecciones presidenciales realizadas durante las primeras tres décadas del Siglo XXI. En teoría política suele decirse que un sistema es bipartidista cuando dos fuerzas se turnan en lapsos relativamente similares en el ejercicio del poder. Es la sensación que dejan las cuatro derrotas consecutivas del peronismo en las legislativas del principal distrito del país, que es la provincia de Buenos Aires, otrora el bastión inexpugnable de esta fuerza política. Se dice que una fuerza política es dominante cuando gobierna más tiempo que sus alternativas. Por ejemplo, si gana dos de cada tres elecciones presidenciales. Es la situación que se dio en las últimas tres décadas, en las que el no peronismo ganó tres elecciones, y el peronismo las otras seis. A su vez, una fuerza es hegemónica cuando gana tres de cada cuatro elecciones. Es lo que ha sucedido en lo que va del Siglo XXI con el peronismo, al ganar cuatro de las cinco elecciones presidenciales realizadas. Puesto en este contexto, el resultado de la próxima presidencial definirá si el peronismo se consolida en el Siglo XXI como una fuerza hegemónica en la política argentina, o mantiene el rol de dominante, y que en el futuro pueda evolucionar hacia un bipartidismo.
El peronismo, para ser dominante o hegemónico, tiene una ventaja: su capacidad de mutar ideológicamente. Es una fuerza pragmática que suele adecuarse a los cambios de la sociedad. En los años 90, tras la disolución de la Unión Soviética y el consecuente rol hegemónico de Estados Unidos como única potencia global, esta fuerza política giró hacia la derecha con Carlos Menem. Durante 10 años y medio, ejerció el poder con una perspectiva de esta orientación -históricamente contraria al peronismo-, impulsando el libre mercado, las privatizaciones y el alineamiento con los Estados Unidos. Tras la crisis de 2001, la breve Presidencia de Eduardo Duhalde fue un intento de gobierno de populismo moderado, que significó sólo una transición de un año y medio. Con el triunfo de Néstor Kirchner en 2003 y las dos presidencias sucesivas de su esposa, Cristina Kirchner, que se iniciaron en 2007 y 2011, el peronismo, con una orientación populista de centroizquierda, gobernó doce años y medio continuos. Ahora, ya van dos años de gobierno de la fórmula Fernández-Fernández, que puede ser considerada una versión atenuada del kirchnerismo, que se articula en una suerte de conflicto permanente entre el Presidente y la Vicepresidenta. El peronismo es una singularidad de la Argentina. No tiene semejanzas claras a nivel global ni regional. Los giros ideológicos suelen ser encubiertos con los nombres de los sucesivos líderes: peronismo, menemismo, duhaldismo y kirchnerismo. Esto muestra una coincidencia de cultura política que supera las diferencias políticas.
En este marco, el Congreso incorporó los nuevos legisladores el 10 de diciembre, en una situación política de equilibrio de fuerzas en la que ni oficialismo ni oposición tienen mayoría en ninguna de las dos Cámaras. En el Senado, el oficialismo, que tenía 41 senadores, ahora tiene sólo 35. La oposición y sus aliados cuentan con un interbloque de 33. Los 6 legisladores restantes son el “fiel de la balanza”. En el caso de Diputados, la situación es similar. El oficialismo cuenta con 118 bancas y la oposición con 116. Los 23 legisladores restantes son los que definen si hay quórum o no, para tratar los proyectos. Generalmente en la Argentina, que es un país fuertemente presidencialista, el Poder Ejecutivo ha controlado las dos o una de las Cámaras. El país se encuentra en una situación muy difícil. La agenda parlamentaria inmediata ha comenzado con el Presupuesto 2022, el Plan Plurianual y el acuerdo marco con el Fondo Monetario Internacional. El interbloque opositor está integrado por seis bloques diferentes y ello no facilitará gestar los acuerdos en este Parlamento con el poder dividido. Es cierto que se incorporan como legisladores individualidades capaces y con larga trayectoria, sobre todo en el ámbito económico. Pero el Parlamento, en las últimas décadas, por lo general no ha producido liderazgos políticos nacionales. Ellos han surgido más bien del ámbito ejecutivo, ya sea nacional o provincial.
Pero el Congreso, a los pocos días, se ha transformado en la evidencia de la inexistencia de liderazgos fuertes, tanto en el oficialismo como en la oposición. El rechazo del Presupuesto en la Cámara de Diputados, puso en evidencia que la derrota electoral realmente existió. La oposición se impuso por 11 votos, en una victoria sorpresiva. Pero la semana siguiente se evidenció que este éxito había sido más consecuencia de las circunstancias y los errores del Frente de Todos, que de una hábil estrategia opositora. A los pocos días, el oficialismo logró aprobar en forma sorpresiva su proyecto impositivo que favorece a las clases medias-altas y aumenta las alícuotas de los más ricos. Lo hizo por un solo voto y gracias a la ausencia de tres diputados de Juntos por el Cambio. La ausencia de liderazgo opositor se vio claramente.
En conclusión: cuatro derrotas consecutivas en elecciones de medio mandato generan la impresión de que el peronismo es uno de los dos ejes de un bipartidismo; pero las elecciones presidenciales realizadas en lo que va del Siglo XXI muestran que el peronismo hasta ahora consolida un modelo hegemónico; prueba de esta hegemonía es el hecho de que el peronismo haya ganado cuatro de las cinco elecciones presidenciales del período, y gobernado 16 de los últimos 20 años; dar gobernabilidad es ahora el desafío de este nuevo Congreso y alcanzarla es la clave del equilibrio político de los próximos dos años; por último, los hechos más recientes acontecidos en el Congreso con la nueva composición de la Cámara, evidencian la ausencia de liderazgos fuertes y definidos, tanto en el oficialismo como en la oposición.