Por Rosendo Fraga.
La pugna entre Rusia y la OTAN es un claro ejemplo de lo que Robert Kagan denomina “el retorno de la geografía”. De eso se trata, en última instancia, la geopolítica. La OTAN -la alianza militar de Estados Unidos con Europa Occidental- nace en 1949 por el “peligro soviético”. La integraron entonces 12 países: Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Holanda, Portugal y el Reino Unido. Tres años después, en 1952, se extendió hacia los Balcanes, incorporando a Grecia y Turquía. El país número 15 fue Alemania Occidental, que se sumó en 1955. Ese fue el momento en el cual la URSS constituyó el Pacto de Varsovia para enfrentar a la OTAN. Formaron parte del mismo los países de Europa Oriental (Bulgaria y Rumania), los de Europa Central (Checoslovaquia, Hungría y Polonia), Alemania Oriental y Albania en los Balcanes. Los “observadores” de esta alianza militar mostraron entonces las alianzas extracontinentales del Pacto de Varsovia: eran China, Corea del Norte y Mongolia. Desde entonces, y hasta la disolución de la Unión Soviética, la OTAN incorporó a un solo país más: España en 1982.
Con la caída del comunismo, se disolvió el Pacto de Varsovia y se extendió la OTAN por Europa. En 1999 se incorporaron los tres países de Europa Central: Polonia, Hungría y República Checa, que habían formado parte del Pacto de Varsovia. Cinco años después, en 2004, tiene lugar una segunda ola de inclusiones a la OTAN de la era post-soviética: se sumaron los dos países de Europa Oriental (Bulgaria y Rumania), Eslovaquia (que se separó de Checoslovaquia), Eslovenia (el primer país de la disuelta Yugoslavia que lo hizo), y las tres repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania). Este último fue un dato clave para Putin, que comenzaba entonces su largo gobierno. Es que se trata de tres países que formaron parte de la Unión Soviética hasta su caída y que tienen frontera con Rusia. Ya no se trató de la asociación a la OTAN de los países que habían integrado el Pacto de Varsovia, sino la de ex repúblicas de la URSS, el cinturón de países con el cual Rusia, desde los zares, buscó protegerse de avances de las potencias de Europa Occidental. Cuando esto sucedía, Putin comenzaba su gobierno y no tenía el poder ni la capacidad de hoy para impedir con estas tres inclusiones la llegada de la OTAN hasta sus fronteras. Además, enfrentaba la rebelión musulmana en Chechenia -que reprimió con rigor- dentro de las propias fronteras de Rusia. Pero la reacción no se hizo esperar: en 2008, ante el proyecto de inclusión de Georgia -una ex república de la URSS, que es al mismo tiempo el país más occidentalizado de los Balcanes- en la OTAN, Rusia la invadió, pretextando la protección de derechos de la minoría de habla rusa de la región de Osetia, y derrotó, como era previsible, a las fuerzas georgianas.
Pero fue la eventual incorporación de Ucrania a la OTAN lo que precipitó la mayor operación militar de la Rusia post-soviética: la ocupación de Crimea y la secesión ucraniana. En 2009 continuó la expansión de la OTAN hacia los Balcanes. Ese año sumaron a Croacia y Albania. Pero en 2014, ante la intención del gobierno prooccidental de Ucrania de ese momento de incorporarse a la OTAN, Rusia consideró que era el momento de poner un límite. Procedió a ocupar Crimea, la histórica península por la cual fueron a la guerra el Reino Unido, Francia, Turquía y Cerdeña contra Rusia a mediados del siglo XIX, y que es la principal base naval de Moscú en el Mar Negro. Como parte de esta misma operación, Rusia apoyó y logró la secesión del oriente ucraniano, donde hay una importante población de habla rusa, igual que en Crimea. Las fuerzas ucranianas no sólo no lograron impedir la ocupación de Crimea, sino que tampoco lograron evitar la secesión de su región oriental. La reacción de Occidente fueron sanciones de contenido económico y declaraciones de condena política, frente a las cuales Putin contestó con la política de los hechos consumados. Desde entonces, la extensión de la alianza militar occidental continuó hacia los Balcanes: en 2017 incorporó a Montenegro, que se había separado de Serbia, y en 2020 a Macedonia del Norte. La OTAN quedó así constituida por 30 países. En la segunda década del siglo XXI se instalaron tropas de la OTAN en Polonia y pequeños contingentes en los países bálticos.
En 2011, Bosnia-Herzegovina y Georgia se transformaron en países aspirantes a ser miembros de la OTAN, y Ucrania hizo lo propio en 2018. Los dos últimos son ex repúblicas de la URSS, en las cuales Rusia ya entró en guerra para impedir que la OTAN llegue a sus fronteras, como se mencionó. Hay dos países de Europa que no forman parte de la OTAN, pero han participado en ejercicios militares con la misma en la región ártica: Suecia y Finlandia, formalmente neutrales en el conflicto entre Rusia y la OTAN. La condición de “socio global” de la OTAN -que son aliados extrarregionales- la tienen Japón y Corea del Sur en el Extremo Oriente, Mongolia en el entorno de China, Pakistán -país estratégicamente ubicado entre India y China-, Australia y Nueva Zelanda en Oceanía y Colombia en América Latina. Putin ha reclamado a Biden que la OTAN se retrotraiga a la extensión geográfica que tenía previamente a la disolución de la URSS y ha reclamado “garantías jurídicas” de que no se desplegarán armamentos, y en particular misiles intermedios, que amenacen a Rusia desde sus países. Pero la verdadera prioridad del líder ruso es que la OTAN no se extienda a sus fronteras, como ya pasó con los tres países bálticos, y como hubiera tenido lugar con Ucrania y Georgia si no hubiera tenido lugar la intervención militar rusa. La prioridad de Putin es que la alianza militar occidental no se extienda a las 14 ex repúblicas soviéticas, que eran el “cinturón defensivo” de Rusia desde la época de los zares. Esto implica los cinco países de Asia Central (Kazajstán, Kirguistán, Turkmenistán, Tayikistán y Uzbekistán); los tres del Cáucaso (Azerbaiyán, Georgia y Armenia); los tres que se encuentran entre Rusia y Europa (Moldavia, Ucrania y Bielorrusia) y los tres países bálticos ya mencionados, donde llegó la OTAN. Este será el límite que Putin no dejará sobrepasar, y al mismo tiempo buscará una suerte de “finlandización” de las tres repúblicas bálticas.
La historia y la geografía son claves para entender los conflictos geopolíticos, y en el conflicto entre la OTAN y Rusia imprescindibles para prever los riesgos por errores de cálculo que pueden derivar.