Por Rosendo Fraga.
La política latinoamericana de la Administración Biden parece tener como prioridad la puja interna de la política estadounidense. Los amigos o enemigos de Trump son el factor central para definir alianzas y preferencias. Este enfoque es determinante en el apoyo del gobierno estadounidense a los gobiernos “progresistas” de Bolivia, Perú, Chile, Colombia, Argentina y ahora también de Brasil. Es que los líderes opositores en los seis casos muestran preferencias y simpatías por Trump dentro de la política estadounidense. Esto implica que la lucha contra la droga y el objetivo de promover un cambio de régimen en Venezuela, que fueron objetivos prioritarios durante el gobierno de Trump, han pasado a un segundo plano, y la influencia de China y Rusia en la región ocupan ahora el primer lugar en la política hemisférica del Departamento de Estado. Pero es una política que presenta contradicciones. Es que los aliados de Trump en la región son quienes a la vez han tenido una posición más hostil hacia Venezuela. El ejemplo más claro de ello es Jair Bolsonaro en Brasil. Suspendió la participación de su país en la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (Celac), de la cual están excluidos Estados Unidos y Canadá -que se ha convertido en una plataforma para la relación de China con la región-. Esto se puso en evidencia en la Cumbre de cancilleres de la Unión Europea y la Celac, que tuvo lugar en Buenos Aires a finales de octubre. Brasil no participó y la presencia de Venezuela, Cuba y Nicaragua -excluidos de la última Cumbre de las Américas realizada este año en Los Ángeles- impidió cualquier referencia a China o Rusia.
Esta contradicción se hace evidente en cuanto a la relación del próximo gobierno de Lula con China. Durante su primer gobierno, Brasil impulsó el Grupo BRICS, del cual formó parte activamente. La articulación de Brasil como la potencia emergente y líder en América Latina junto con China e India, las dos potencias asiáticas, y Rusia, la euroasiática, es para el Presidente electo de Brasil un objetivo prioritario, que entra en conflicto con la política estadounidense de impedir la influencia de Beijing y Moscú en la región. Cabe señalar, además, que Lula ha dado un apoyo limitado a la causa ucraniana, siendo este uno de los pocos temas en el cual exhibió coincidencias con Bolsonaro. El nuevo gobierno brasileño buscará una posición oscilante entre Washington y Beijing, que influirá en la región y especialmente en América Latina. Esta política es la que intentan llevar adelante los gobiernos progresistas de la región (Bolivia, Perú, Chile, Colombia y Argentina). Temas críticos para Estados Unidos, como el avance de la tecnología G5 de la empresa china Huawei para las redes de telecomunicaciones, ahora tendrán mejores condiciones para avanzar. Lo mismo sucederá con los proyectos de infraestructura.
Frenar la influencia de Rusia en la región es otra prioridad de los Estados Unidos, sobre todo por la guerra que se ha desatado en Ucrania. Pero en esto también surge una contradicción. Venezuela, Cuba y Nicaragua son los tres países que tienen acuerdos militares relevantes con Moscú. Al mismo tiempo, los tres son cuestionados por su autoritarismo, tanto por Estados Unidos como por la Unión Europea. La democratización de los regímenes autoritarios del continente ha perdido prioridad relativa para Washington con la Administración Biden. El caso más notorio es el del régimen de Maduro, que la diplomacia estadounidense ahora tolera y ha disminuido las sanciones que impedían que el petróleo venezolano llegara al mercado internacional. También esto es producto de la necesidad generada por la guerra de Ucrania, de bajar el precio de la energía, que se ha incrementado considerablemente y constituye un problema para Washington y sus aliados. Figuras como Lula y Petro tienen una actitud dialoguista con Maduro, también con el régimen cubano y muestran una actitud pasiva frente a Nicaragua (Petro ha reanudado las relaciones diplomáticas con Caracas y reabierto la frontera común). En los hechos, el triunfo de Lula crea una situación más favorable para los aliados de Rusia en la región, cuando la guerra de Ucrania cumplirá 9 meses. Cabe recordar que mientras China lleva adelante una política de disputar el espacio económico a Estados Unidos en la región, Rusia lo hace desde el punto de vista militar. Hasta ahora, un sólo país de los 33 de América Latina y el Caribe se ha sumado a las sanciones económicas contra Rusia a raíz de la guerra: Ecuador.
Pero también hay otros temas de la agenda internacional, como el rol de Irán y la guerra de Ucrania, que hace más compleja la relación entre Washington y América Latina. En el segundo tema, la posición de Jair Bolsonaro fue girando de la neutralidad a la simpatía respecto a Rusia. El Presidente brasileño expresó públicamente la decisión de comprar todo el diésel que pudiera si el precio de Moscú era conveniente. Además, elogió personalmente al Presidente ruso. En este punto, Lula no parece que vaya a cambiar la política, aunque no expresará los elogios de su predecesor. El Presidente electo de Brasil fue criticado por Zelensky meses atrás, por haber dicho que también tenía responsabilidad en la guerra que se había desatado. No es la posición que prefiere la Administración Biden. Respecto a Irán, son evidentes las relaciones con Cuba, Nicaragua y Venezuela. Teherán es un sólido aliado político y diplomático de Moscú en la guerra y le ha provisto armas, especialmente drones. Ha tenido un rol importante en acciones de Venezuela para eludir las sanciones a la exportación de petróleo. La detención en la capital argentina de un avión venezolano con una tripulación binacional venezolano-iraní, es otro episodio que muestra en los últimos meses la influencia regional de Irán. Es así como las simpatías políticas de la Casa Blanca pueden entrar en conflicto con intereses estratégicos.
En conclusión: la política latinoamericana de la Administración Biden parece dominada por la política interna estadounidense: rechaza a los aliados y simpatizantes de Trump y apoya a quienes lo repudian; la influencia de China en la región es la prioridad de Washington, pero gobiernos con los cuales simpatiza y apoya Estados Unidos tienen clara predisposición a incrementar los vínculos con Beijing; algo similar ocurre respecto a Rusia, ya que los gobiernos progresistas de América Latina de buena relación con Biden, al mismo tiempo la tienen con Venezuela, Nicaragua y Cuba, que son aliados de Moscú; por último, situaciones similares se dan respecto a la influencia regional de Irán y la guerra de Ucrania, donde las relaciones de Washington con los gobiernos de la región no siguen necesariamente una lógica estratégica.