La elección brasileña interesa más allá de la región

Por Rosendo Fraga.

Aunque en materia electoral sólo hay margen para conjeturas y no para pronósticos, respecto a la elección brasileña es necesario reconocer la limitación de los instrumentos de predicción. Esto es así sobre todo por los errores de pronóstico registrados en la primera vuelta. En general se los entiende como de fallo o limitación de las encuestas. No es un fenómeno nuevo. El referéndum sobre el Brexit en Gran Bretaña seis años atrás, mostró esta limitación. Los bancos ingleses, para los cuales el resultado de la salida del Reino Unido de la Unión Europea se pensaba que tendría fuerte impacto, realizaron una autocrítica: “Teníamos todas las encuestas, todos los expertos, usamos el Big Data y la inteligencia artificial como nunca antes se había hecho para pronosticar el resultado de una elección, y nos equivocamos”. Esto se dio en un país con una información muy alta para estructurar muestras. La tecnología ha abaratado significativamente el costo de las encuestas, pero a costa de perder información y precisión. Es que no es fácil reemplazar una entrevista domiciliaria de 45 minutos, indagando sobre un cuestionario de 40 preguntas, por respuestas por internet o en redes sociales. Pero además hay un fenómeno sociopolítico. El prestigio de las instituciones se ha debilitado, los sistemas de partidos están en crisis en el mundo occidental y los votantes se han tornado más inciertos y cambiantes. El llamado “voto cautivo” se ha reducido significativamente. 

Es clara la repercusión del resultado de la elección presidencial brasileña en la región: un triunfo de Lula consolida el retorno del “progresismo” que gobernó los países de América Latina en la primera década del siglo XXI. Por el contrario, una reelección de Jair Bolsonaro tiene el efecto contrario: interrumpe esta tendencia y fortalece a las opciones políticas de derecha en la región, que han ocupado el segundo lugar en los balotajes de Perú, Colombia y Chile. En la política interna argentina, la consecuencia es clara. Una nueva presidencia de Lula fortalece al kirchnerismo, expresión política que ha sido solidaria con el ex Presidente brasileño durante su prisión, más allá de las afinidades ideológicas. Pero Brasil no sólo es el primer electorado de América Latina por su población. Es también el segundo en el mundo occidental, detrás del estadounidense. En un momento de crisis de los sistemas de partidos tradicionales, por la irrupción de expresiones políticas de la derecha extrema, el fenómeno se traslada a América Latina. Keiko Fujimori en Perú, José Antonio Kast en Chile, Rodolfo Hernández en Colombia y Jair Bolsonaro en Brasil representan un fenómeno similar al de Georgia Meloni en Italia, Marie Le Pen en Francia o Trump en los Estados Unidos. Desde el punto de vista conceptual, se debate si este fenómeno se expresa más ajustadamente como ultraderecha conservadora, populismo de derecha, democracia “iliberal”, derecha conservadora o post-fascismo. 

El 8 de noviembre tiene lugar la elección de medio mandato en Estados Unidos, un país afectado por una fuerte confrontación política e ideológica interna. No son pocos los analistas e historiadores que señalan que el país nunca estuvo tan dividido políticamente desde la Guerra de Secesión. Concretamente, Donald Trump continúa siendo la figura dominante en el partido republicano, mientras que en el partido demócrata ganan espacio las corrientes progresistas. En la elección estadounidense está en juego el control de ambas Cámaras del Congreso, hoy con mayoría demócrata. Un triunfo de Trump en esta elección, que representa explícitamente la misma línea político-ideológica de Bolsonaro e implícitamente la de Meloni, confirmaría el retroceso de la centroderecha en el mundo occidental, que tiene en la democracia cristiana alemana su referencia ideológica más relevante. Es en este marco que la elección de Brasil adquiere significación, más allá de la región. Es que hay fenómenos políticos como la crisis de las estructuras políticas tradicionales, el reemplazo de la competencia por la polarización, la insatisfacción con el funcionamiento de la democracia o la revitalización de los nacionalismos, que se dan simultáneamente tanto en Estados Unidos, como en Europa y América Latina. Si bien el mundo no occidental es diverso, cabe señalar que el grupo BRICS, que reúne a las potencias emergentes, está integrado por dos autoritarismos (China y Rusia) y tres democracias (India, Brasil y Sudáfrica). Una reelección del actual presidente de Brasil tendría lugar al mes siguiente del triunfo de Meloni en Italia, que integra el G7 y es el tercer electorado de la Unión Europea después de Alemania y Francia, y diez días antes de la elección de medio mandato en Estados Unidos, y esto le da una repercusión extrarregional.

Mientras tanto, la gobernabilidad es el gran desafío de la región, con gobiernos que se desgastan rápidamente. En Perú, el Presidente Pedro Castillo enfrenta un nuevo pedido de destitución, fundamentado en denuncias de corrupción. Quienes lo impulsan necesitan entre 10 y 15 legisladores de la Legislatura Unicameral para alcanzar los dos tercios necesarios para destituirlo. En Bolivia, la Administración de Luis Arce enfrenta manifestaciones y hechos violentos en la región de Santa Cruz de la Sierra, epicentro de la oposición y el ámbito del cual se articuló la destitución de Evo Morales a fines de 2019. En Ecuador, el gobierno del Presidente Lasso enfrenta crecientes problemas de gobernabilidad, con un Parlamento en el que no tiene mayoría y una protesta en las calles de los partidarios del ex Presidente Correa y sectores indígenas. Se trata de tres mandatarios que asumieron en 2021. En Chile, la imagen del Presidente Boric, que asumió en marzo de 2022, se ha desgastado rápidamente. En los primeros tres meses de gobierno, su imagen positiva se redujo a la mitad y hoy se encuentra en el punto más bajo, con sólo 30% de aprobación. Las acciones violentas de la minoría mapuche en el sur del país, el recrudecimiento de protestas urbanas al cumplirse el tercer año de las iniciadas en 2019 y los reclamos por la situación económico-social, deterioran y dificultan la gestión de gobierno. En Colombia, el nuevo Presidente, Gustavo Petro, en sólo tres meses ha visto caer su aprobación a menos de la mitad y su desaprobación subir al doble. Su base propia en el Parlamento es muy escasa, más allá de la amplia alianza inicial. Gobernar en América del Sur no parece fácil. Gane quien gane, este será el desafío del próximo Presidente brasileño que asuma el 1° de enero de 2023.

En conclusión: las limitaciones y fallos de las encuestas no permiten prever un resultado para la segunda vuelta de la elección presidencial brasileña del 30 de octubre, sólo es claro que Bolsonaro ha ido acortando la diferencia; la consecuencia del eventual triunfo de Lula es clara: se confirmaría el giro hacia el “progresismo” en la región, retornando la situación imperante en la primera década del siglo XXI; un triunfo de Bolsonaro es más importante a nivel global, porque se afianzaría una corriente de populismo conservador que ha crecido en Europa y se ha consolidado en el partido republicano con Donald Trump; por último, gane quien gane en Brasil, su desafío central será el mismo que se registra a nivel regional: la gobernabilidad y la rapidez con que se reducen las expectativas iniciales favorables a cualquier gobierno.

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