Por Rosendo Fraga.
Las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias de la Argentina tienen lugar en un contexto político regional volátil e incierto.
En lo que va del año, Chile realizó su elección de Constituyentes y las primarias para elegir candidatos a presidente de los partidos. La primera mostró un resultado inesperado, donde las fuerzas tradicionales chilenas de centroizquierda y centroderecha fueron barridas por la victoria de representantes de la protestas violentas en las calles, independientes y distintas facciones de izquierda. La elección de una lingüista mapuche para presidir la Asamblea Constituyente que va a reformar la constitución, es una evidencia de ello. Al poco tiempo, en las primarias para elegir candidatos de las coaliciones de centroderecha y centroizquierda, se impusieron los candidatos que parecían menos probables por su juventud y trayectoria.
En la elección presidencial ecuatoriana, un empresario del área de las finanzas, Guillermo Lasso, que en la primera vuelta obtuvo el 20% -casi lo mismo que el candidato de un partido indigenista-, compitió en la segunda vuelta con el candidato del partido del ex presidente Rafael Correa. No es el resultado que parecía probable y el presidente quedó con un Parlamento en el cual no tiene mayoría.
En Perú, la elección presidencial mostró que el actual presidente, Pedro Castillo, al que se pronosticaba que no llegaría a la segunda vuelta, le alcanzó con sólo el 20% de los votos para hacerlo, por el fraccionamiento de la política peruana. En segunda vuelta terminó imponiéndose a la candidata de derecha Keiko Fujimori, aunque ajustadamente.
En México, el presidente Andrés López Obrador convocó una consulta popular para aprobar obras públicas. Necesitaba una concurrencia del 40% para validar su propuesta. Contra lo que parecía probable, sólo votó el 7%.
De acá a fin de año se realizará la elección presidencial chilena, con un pronóstico incierto; el mismo día tienen lugar las elecciones regionales venezolanas, todavía pendientes de la negociación del chavismo con la oposición que se realiza en México; y el 4 de diciembre son las presidenciales de Nicaragua, en las que será reelecto Daniel Ortega para un quinto mandato, en un contexto en el cual siete candidatos opositores a la presidencia se encuentran detenidos, al igual que 30 dirigentes.
Colombia tiene su elección presidencial de 2022 y Brasil en octubre del mismo año. Son sistemas políticos que están funcionando con alto grado de tensión y que en el caso de Brasil se manifiesta en enfrentamientos entre el Ejecutivo y los otros dos poderes, el Legislativo y el Judicial.
Puesto en este contexto, el resultado de las primarias argentinas del 12 de septiembre, muestran previsibilidad y la existencia de un bipartidismo que, más allá de las merecidas críticas, está funcionando. Por un lado, una coalición de centroderecha (Juntos por el Cambio) que obtuvo el 40% de los votos a nivel nacional; y por el otro, una de centroizquierda (Frente de Todos), que alcanzó el 30%.
Se trata de una primaria en la cual el voto de los ciudadanos es obligatorio y que funciona como una pre-elección. No decide nada, salvo los candidatos en las fuerzas donde hay competencia, pero crea efectos políticos. Cabe señalar que Argentina ha ido construyendo un nuevo bipartidismo desde el 2007, cuando un empresario de centroderecha (Mauricio Macri) llegó a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y ocho años después fue electo Presidente de la Nación. En 2019 terminó su mandato, siendo el primero que, sin pertenecer al peronismo, lo terminó desde que se restableció la democracia en 1983.
Este bipartidismo se dio también en la decisiva provincia de Buenos Aires -que es el 37% del padrón electoral nacional-, y donde Juntos por el Cambio obtuvo el 38% frente al 34,5% del Frente de Todos.
Si el 14 de noviembre, cuando se realiza la elección legislativa, se repitieran los resultados de las PASO, tendríamos que el actual oficialismo, el Frente de Todos, podría perder la mayoría que tiene en el Senado y en Diputados quedaría virtualmente empatado con Juntos por el Cambio en torno a los 116 legisladores, a 13 de los necesarios para tener la mayoría en esta Cámara.
En caso de repetirse los resultados en la elección legislativa, la actual oposición comenzaría a ser una opción válida para recuperar el poder en 2023. Funcionaría así una alternancia que resulta imprescindible para el juego democrático.
Los argentinos tienen una mala opinión sobre su sistema político, en gran medida justificada. Pero en una visión externa, mirando el marco regional, la democracia argentina parece estar funcionando en forma equilibrada, con un poder compartido y lejos de la hegemonía y del fraccionamiento político que emergen en América Latina.