Afganistán: un retiro que se transformó en derrota

Por Rosendo Fraga.

El repliegue de Estados Unidos en Afganistán ha dañado su prestigio mundial y su capacidad de acción a nivel global, a la vez que genera un alto costo político interno para el presidente Biden. Se trata de una típica “crisis por error de cálculo”, es decir que se adopta una decisión sin evaluar adecuadamente las consecuencias, aunque ellas, en muchos casos, fueran obvias. Biden había dicho que iba a realizar una política exterior para “la clase media” y ello llevó a cometer errores en el improvisado plan de evacuación. El terminar la guerra de Afganistán ya había sido planteado por Obama y después por Trump, pero Biden ajustó los tiempos de la decisión a sus conveniencias políticas, definiendo el 11 de septiembre -cuando se cumplen 20 años del atentado a las Torres Gemelas- como la fecha política y simbólicamente más conveniente para haber completado el repliegue. El error militar es claro: si cesaba el suministro logístico (combustible, munición, alimentos y tecnología), estas fuerzas se iban a derrumbar, como efectivamente sucedió. El malestar militar es evidente, al producirse una derrota militar por una decisión política sin que existiera una situación que la justificara. La imagen del presidente estadounidense en su propio país cayó drásticamente, y hoy es una de las peores en comparación con sus predecesores al mismo momento del período presidencial. Hay sondeos que le adjudican 48% de imagen negativa y 46% de positiva. La aprobación de la retirada de Afganistán es menor y parte de los votantes demócratas rechazan la decisión del presidente. Biden y sus funcionarios más importantes, como el Secretario de Estado y el Consejero de Seguridad Nacional, siguen defendiendo la decisión. Pero esta defensa cada vez es más costosa, al conocerse que hay ciudadanos estadounidenses que no han podido llegar al aeropuerto. El presidente ratificó la fecha del 31 de agosto para el fin de la operación, lo que profundizó las divergencias con los aliados europeos. Por su parte, los talibanes dijeron que el no cumplimiento de la fecha pactada iba a tener graves consecuencias.

El primer daño es el que ha tenido lugar dentro de esta misma alianza militar. Los soldados europeos cuestionan que la conducción militar de la operación y las decisiones militares más importantes, fueron tomadas en forma inconsulta por Estados Unidos. Es así como la fecha del 31 de agosto como finalización de la retirada, no fue materia de análisis con el Reino Unido, Francia y Alemania, los tres principales países europeos de la OTAN. En las dos décadas que duró esta operación, los estadounidenses tuvieron aproximadamente 2.500 bajas mortales y los europeos 1.100. Es decir, no se trató de un simple acompañamiento político o simbólico. Reconstruir la alianza entre Washington y Bruselas para enfrentar a las potencias autoritarias, representadas por Beijing y Moscú, fue la idea central de la política exterior de Joe Biden, y es donde se ha producido un daño todavía difícil de evaluar. Declaraciones como la de Armin Laschet, el candidato que apoya Merkel para las elecciones generales de septiembre, dijo que esta era “la mayor derrota de la OTAN”. Las voces pidiendo la constitución de un sistema de defensa europeo sin participación de Estados Unidos, han aumentado, sumándose incluso la del representante de la UE en Relaciones Exteriores, Josep Borrell. Ahora, se teme por el impulso que pueda significar para el terrorismo islámico el retiro de las tropas de la OTAN de Afganistán, ya sea porque el país termine nuevamente transformándose en una base de operaciones para organizaciones como Al Qaeda, o por el impulso que puede dar a otras, como el Estado Islámico, al demostrarse que se puede derrotar a Estados Unidos. 

Pero el impacto más inmediato es en Asia y en las dudas que se acentúan sobre la firmeza de Estados Unidos para cumplir sus promesas militares. La Vicepresidenta estadounidense Kamala Harris, viajó a Vietnam y Singapur para dar respuesta a las dudas surgidas. Estos dos países tienen conflictos por los espacios marítimos en el Mar del Sur de China con dicha potencia asiática. El primero es un aliado militar de Estados Unidos, mientras que el segundo tiene un interés común con Washington: frenar la hegemonía de China. Beijing y Moscú han mantenido sus embajadas en Afganistán, mientras que los países de la OTAN las han cerrado. La preocupación por Taiwán ante un eventual incumplimiento de la garantía de seguridad de Estados Unidos, se incrementó. Los países limítrofes de Afganistán evidencian las consecuencias geopolíticas de la situación creada. El terrorismo opera a ambos lados de la frontera con Pakistán, con intereses cruzados. Servicios de inteligencia de dicho país han apoyado a los talibanes desde fines del siglo XX, pero a su vez, extremistas de este país han tenido refugio en tierras afganas bajo control talibán. Pakistán es un país complejo, que tiene armas nucleares, está cerca de China y tiene conflictos con India. Otra de sus fronteras es con Irán, hacia donde se dirige el mayor flujo de refugiados afganos. Dicho país es una potencia mediana importante en el Medio Oriente, que ha estrechado recientemente relaciones económicas con China y tiene una alianza estratégica con Rusia. En su frontera norte, Afganistán limita con tres países de los cinco que integran Asia Central: Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán (los otros dos países de esta región son Kazajistán y Kirguistán), y con China por un estrecho corredor terrestre. Pero esta región, que se encuentra entre China y Rusia, puede verse alterada por incursiones terroristas desde territorio afgano, y verán aumentar la influencia de China y la disminución de la de Estados Unidos. La retirada de las fuerzas estadounidenses de Irak, prevista para fines de este año, seguramente estará en revisión. En este caso, el riesgo no parece ser un derrumbe del gobierno iraquí, sino el retorno de una guerra civil, como la generada en la década anterior, con el Estado Islámico.

En África, se teme que la retirada de Estados Unidos de Afganistán dé impulso al terrorismo en el continente. Ya en la reunión de ministros de la OTAN realizada en Bruselas, como en la de ministros de los países de la coalición anti-EI realizada en Roma, se planteó que el “centro de gravedad” del terrorismo islámico, tanto para Al Qaeda como para el Estado Islámico, estaba pasando al África. Concretamente, en la región conocida como el Sahel (una franja territorial que cruza de oeste a este Mauritania, Senegal, Malí, Burkina Faso, Níger, Nigeria, Chad, Sudán, Eritrea y Etiopía). En esta región, donde varios de los países que la integran son ex colonias francesas, París viene realizando una operación militar desde hace años, para apoyar a las fuerzas locales en su enfrentamiento con grupos insurgentes terroristas o aliados de los mismos. Francia había decidido el retiro de la operación, en forma coincidente con la de Afganistán. Esta decisión probablemente también esté siendo revisada en este momento. La región del mundo donde lo sucedido en Afganistán parece tener menores o nulas consecuencias, es América Latina.

En conclusión: la retirada estadounidense de Afganistán ha erosionado el prestigio e influencia global de Estados Unidos, y ha hecho caer la imagen del presidente Biden en la opinión pública estadounidense; pero al tratarse de una misión militar de la OTAN, ha lesionado el vínculo con Europa, que expresa su malestar por las consecuencias de una decisión inconsulta que los afecta; en Asia, la llegada al poder de los talibanes crea una nueva situación de la cual el beneficiario geopolítico es China; por último, en África se teme que la derrota Occidental dé nuevos impulsos al terrorismo islámico, que ya venía trasladando sus bases de operaciones, sobre todo en la región del Sahel.

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