Por Rosendo Fraga.
La crisis política desatada tras las PASO era previsible, dado que el kirchnerismo había decidido echarle la culpa al Presidente de la derrota. La estrategia de la Vicepresidenta era clara: si se ganaba, asumir el mérito de la victoria, pero si se perdía, trasladar la responsabilidad a Alberto Fernández. Eso es lo que sucedió. Pero las crisis suelen escalar por “error de cálculo” y esto es lo que ocurrió en este caso. Inmediatamente después de conocerse la derrota, el Presidente anunció que no iba a producir cambios en su Gabinete. El miércoles por la mañana, Cristina Kirchner respondió de forma contundente: media docena de ministros que le respondían presentaron su renuncia, al igual que segundas líneas del Gabinete y titulares de organismos relevantes. Precipitó de hecho lo que el Presidente había decidido no hacer. En las 24 horas siguientes, desde la Casa Rosada comenzó a movilizarse con relativo éxito a gobernadores, intendentes, dirigentes sindicales y movimientos sociales en apoyo del Presidente. Pero el jueves por la tarde, Cristina respondió con una dura y fundada carta que descolocó al Presidente e hizo que quienes lo habían apoyado el día anterior, se replegaran. El día viernes se fue gestando una “tregua” -no un acuerdo-, que implicaría un “cese de hostilidades” hasta la elección del 14 de noviembre. El Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, por parte del Presidente, y el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, por la Vicepresidenta, fueron quienes tuvieron a su cargo la implementación de la tregua. El Gabinete que se anunció en la noche de ese día intentó ser el cierre de esta etapa del conflicto, con designaciones que en términos generales, mostraron un avance del kirchnerismo en el Gobierno.
Pero la reunión de gobernadores convocada por el Presidente en La Rioja para “fortalecerse”, puso en evidencia la fragilidad de la tregua alcanzada. En primer lugar, el Presidente decidió este gesto para fortalecerse frente a la Vicepresidenta, con quien acababa de acordar el cese de hostilidades, lo cual generó suspicacias en su contraparte. La crisis que se desató en la provincia de Tucumán por la sucesión del nuevo Jefe de Gabinete, el gobernador Juan Manzur, confirmó esta fragilidad. Su vicegobernador y principal enemigo político en la provincia, Osvaldo Jaldo, tras una confusa gestión de Sergio Massa para que asumiera un cargo a nivel nacional, anunció su intención de asumir la Gobernación, algo inaceptable para Manzur. El Presidente personalmente habló con Jaldo para convencerlo de aceptar ir al Gabinete como Manzur -sin precisar demasiado sus funciones-, pero no tuvo éxito. Entonces el Presidente pidió a la Vicepresidenta que hable con el vicegobernador tucumano para que acepte la propuesta, lo que ella decidió no hacer. En cuanto a la reunión de gobernadores, participaron presencialmente diez. Dos del norte del país, Tucumán y Santiago del Estero; los de tres provincias del noroeste, Catamarca, La Rioja y San Juan; también estuvo el de San Luis. De las cinco provincias patagónicas concurrió sólo uno, el de Chubut; del litoral estuvo nada más que el de Formosa (Insfrán), que es muy kirchnerista; a ellos se sumó el de La Pampa. Se trata de diez provincias que no llegan a reunir el 20% del electoral nacional. Cabe señalar que no estuvo representado ninguno de los distritos más poblados: provincia de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, que son peronistas, ni CABA y Mendoza, que son opositoras.
Si bien se trata de una tregua concebida para evitar una ruptura antes de la elección, no parece suficiente para evitar nuevos conflictos en las próximas semanas. La política es una combinación de razón y de pasión y la lógica no siempre es suficiente para entenderla o preverla. Este conflicto, a ocho semanas de la elección, implica riesgos altos para el oficialismo. Pero la animadversión y el resentimiento acumulados entre el Presidente y la Vicepresidenta están jugando un rol importante. El conflicto es político y discutir un cambio de Gabinete entra en este ámbito. Pero el Presidente y la Vicepresidenta han sido electos para ejercer un mandato de cuatro años, y en consecuencia se encuentra en el plano institucional. Es decir, se trata de un conflicto político con riesgos institucionales. No ha surgido durante el mismo una figura con capacidad de actuar como “mediador” entre las partes, lo cual no facilita que se impidan nuevos roces. El Presidente suspendió su participación en la Cumbre de Presidentes de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC), que se realizó el sábado 18 en México. Lo hizo por temor a dejar el Gobierno en manos de la Vicepresidenta (antes de la elección tiene previsto un viaje al exterior con eje en Nueva York y la Asamblea de las Naciones Unidas, y después otro a Escocia, para participar en la reunión mundial sobre el cambio climático). El encuentro de la CELAC había sido la prioridad número uno de la diplomacia argentina desde hace tres meses. Alberto Fernández iba a ser elegido presidente de este agrupamiento de países de la región, que aspiran a constituirse en una entidad que compita con la OEA. Era una suerte de culminación de su rol en el Grupo de Puebla que reúne a los dirigentes “progresistas” de América Latina. El ahora ex canciller Felipe Solá, al enterarse a través de su propio sucesor, el ex Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, que sería reemplazado, se negó a participar de la Cumbre, y la elección del presidente argentino quedó postergada.
La crisis dejó el resultado electoral en un segundo plano, dos días después de haber tenido lugar. El primer dato que surge es que el 31% que obtuvo el peronismo a nivel nacional en estas PASO, es el más bajo obtenido por este movimiento en toda su historia, es decir desde 1946. En segundo lugar, concurrió a votar el 66% del padrón: es el menor porcentaje desde el restablecimiento de la democracia en 1983 y es necesario ir hasta la década del 30 siglo XX (casi 100 años atrás) para encontrar tan poca concurrencia a votar. El triunfo de la oposición parece el escenario probable, pero en materia de política y elecciones nada es seguro. Es claro que el Frente de Todos fue derrotado más por defección de sus propios votantes, que por un incremento electoral de la oposición. Los votantes de los partidos que no llegaron al 1,5% y en consecuencia no se presentarán, son el 10%, que serán redistribuidos entre otras fuerzas. Sumados al tercio que no concurrió a votar, se encuentra el 43% del padrón, y ese es un factor aleatorio para la elección. Las PASO han demostrado que siempre en la elección posterior vota más gente que en las primarias, y que el resultado no se reproduce matemáticamente. En 2017, en la elección de senadores de la provincia de Buenos Aires, Cristina se impuso en las PASO por estrechisimo márgen (0,2%), pero en la elección, Cambiemos terminó ganando por 6 puntos. En la última elección presidencial, en las PASO la fórmula Fernández-Fernández se impuso por 16 puntos, y luego, en la elección, lo hizo sólo por 6. En ambos casos, el cambio lo produjo no una merma del voto peronista, sino un incremento del voto por Cambiemos.
En conclusión: el cambio de Gabinete desatado tras el resultado de las PASO constituye sólo una “tregua” en el conflicto entre el Presidente y la Vicepresidenta; la reunión de gobernadores convocada por el Presidente en La Rioja, y las dificultades generadas por la sucesión provincial en Tucumán, pusieron en evidencia la fragilidad de la “tregua” alcanzada; los diez gobernadores que asistieron a la reunión de La Rioja representan menos del 20% de los votos del país, y la ausencia del Presidente en la Cumbre de la CELAC mostró su temor a delegar el poder en Cristina; por último, si bien el oficialismo enfrenta la elección con desventaja, el resultado dependerá de la mayor concurrencia a votar, la reasignación de los votantes de fuerzas que obtuvieron menos del 1,5% y de la polarización.